Monday, August 21, 2006

UNA CANITA AL AIRE



CAPÍTULO DONAS [BIS]



"Tres veces te engañé, tres veces te engañé;
la primera por coraje, la segunda por capricho
y la tercera por placer."

Paquita la del Barrio


—"Total —pensó la Yajaira—, una no es ninguna."

Son casi las cuatro de la mañana y ella aún no se reporta. Ya es la segunda vez en una semana. ¿Con quién andará? ¿Qué estará haciendo en estas horas de la madrugada? ¿Porqué no llega? ¿Habrá salido con algún tipo?
Continúan las interrogantes hasta formar un carrusel de incógnitas. Está anclado en un mar de dudas y no quiere fiar su voluntad a los vientos del destino.
Las mujeres son infieles por dos motivos; uno, porque el rencor en ellas es algo connatural y jamás perdonan; y segundo, porque siempre están necesitadas de dinero, por más inteligentes que sean, siempre acaban dominadas por la vanidad.
No hay ego más devaluado que el de un hombre que sufre los embates de la infidelidad; en particular el de aquellos que piensan que solamente a los varones les asiste el derecho de entrar en uno y otro agujero vaginal.
Sólo los machines pueden darse ese gusto, el privilegio de los extravíos lúbricos.

—"¡Pinches viejas, maldita sea la hora en que se liberaron del yugo patriarcal."

Los pigmeos a veces llegan más lejos que los gigantes.

La habitación esta cargada de mal humor; es un preludio avisando que las cosas entre los enamorados se van a poner feas, color de hormiga.
El huésped parece un león enjaulado que se niega a comer la carne de burro porque ya probó la de gladiador.

Esa noche el Tuerto soñó con serpientes y perdió los estribos cuando su amasia llegó con una cara que anunciaba que había tenido sexo con otro macizo.

—"¿Dónde estabas?"

—"Salí con la Natacha a tomar una sangría."

—"¡Sangría la que te voy a sacar del hocico! ¡No me mientas! ¡La Natacha estaba en su casa y en ningún momento salió!"

La Yajaira no dijo nada, se quedó absorta pensando que había sido pillada de ingenua, víctima de un cuatro. Y en efecto, la Natacha con una astucia que la misma serpiente bíblica envidiaría, semanas antes había aceitado la máquina de la perfidia planeando reventar los delgados hilos de la relación disfuncional. Supo convencer a la Yajaira y presentole un tipo, paisano suyo (lamento haber olvidado su nombre), quien al darse cuenta que la mujer del Tuerto tenía un alma infantil no le fue difícil bajarle la luna y las estrellas.

El Tuerto, vestido con una ridícula piyama que una de sus sectaristas le regaló el día del estudiante, sólo abría la boca para decir maldiciones y groserías.

—"¡Dónde chingados está la mujer que decía tener ojos sólo para mí?" —furioso y como poseído gritaba—:

—"¡Si ahorita tuviera a mi alcance una pistola, te juro que te la encañonaba en el entrecejo y te la vaciaba! ¡Todas las mujeres son iguales!"

Debido a los esputos, gritos, maldiciones, ofensas, improperios, bofetadas, aruñones y tortazos, la historia de marras se enreda en lo indescifrable. Omito exponer otros destellos purulentos que parecen sacados de la poesía maldita.

¿Quién cree que el destino es ineludible?
Mientras contesta pasemos a otro reparo.