Tuesday, August 21, 2007

LA REGINA SWAIN O EL IDIOTISMO LITERARIO



LA REGINA SWAIN O UNA GORDA QUE ESCRIBIA

En una especie de «carta» que apareció publicada en la edición número 1779 del suplemento «Identidad», correspondiente al domingo 8 de julio de 2007, la escritora «jubilada» Regina Swain, y hoy adversaria de la ficción literaria, formula unos alegatos que podemos dividir en dos: uno de índole metafísico y otro de carácter moral. Cada uno de los cuales con sus argumentos de defensa. Sin embargo, las dos cuestiones que la gorda expone en su libelo, socavando la autoridad de la verdad, pueden reducirse a una sola opinión: la antigua prosapia de la monja bastarda, oriunda de un rancho de Chimalhuacán (¿o de Chalchicomula?) y que en una famosa rendodilla escribió:

«Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis…».


—Bueno, le dijo la mula al freno. Pero «¿cuál es el «quid» del birote?
—Cabrera Infante cuenta la historia de ciertas mujeres que…
—¡No mames, güey! A mí tirame la túrica que le encrespó la tarántula a la choncha esa de la Regina Swain.
Okay —dijo la Valeria. Un día, yo, salí a oliskear los perjúmenes que se desprendían de la literatura norbajacalifornianana y me topé con unas excrecencias letreras a quienes apodaban las «Perras del Zacas».
—¿Las Perras del Zacas?
—Sí, un chupadero de agualoca, localizado en las inmediaciones de la Zona Norte de Tijuas, mejor conocido como el Cagüilazo, al que acudían —cada fin de semana— diletantes y consumadas escritoras de esta región fronteriza para darse algunos baños de pueblo y sintiéndose algo asi como la «levadura del pan birote»; y de pasada, hacerle creer a la pelusa culturosa que ellas eran las madmuaselas más avanzadas del menjurje artístico de este culo de San Diego. Entre las ropas (de talla tres equis larch) la de nombre Regina Swain llevaba sus primeros tasajos letreros, buscando la atención de algún escritorcillo sanjuanero que le pudiera echar el canilazo para hacerse de mulas en el submundo de la cultura.
—Y al escuchar el tañido de la flauta, pues la ruca —con la geta en el instrumento— se tiró a entonar la rola que le pidieran. Y el primero que le pidió que tocara la flauta fue nada más y nada menos que….
—Ya sé. No me lo digas.
—École, exactamente, ese mismo batillo…
—¡A la verga! —dijo Tiundo.
—Y de ahí pa real la rucaila se enquistó en la Sociedad de Escritoretes de Tijuana, chupó becas a lo cabron, agandalló premios —disque— literarios, y publicó sus esperpentos oligofrénicos.
—Y asi quedó —para asombro de melolengos— su ficha biobibliográfica.
Guacha el birote, carnal:

«Nacida en Monterrey, Nuevo León, 1967. Reside desde niña en Ensenada. Licenciada en comunicación por la UIA. Premio nacional de cuento Gilberto Owen en 1992. Becaria del FONCA en 1993 y del FOECA en 1994 en la categoría de jóvenes creadores. Ha publicado La señorita supermán y otras danzas (cuento, 1992), Nadie ni siquiera la lluvia (novela, 1995) y Ensayos de juguete (1997), premio estatal de literatura 1996» [http://larc.sdsu.edu/baja/autores/swain.html].




EL CHUPADERO ZACAZONAPAN, TAMBIÉN CONOCIDO COMO EL CECUT CHIQUITITO


Antes de proseguir con el idiotismo literario de la Swain, vayamos a echar un oclayo al lupnar en el que la ruca se licenció de literata. Y éste era el ambiente que predominaba cuando la señorita IBM comenzaba a hacer de las suyas para obtener —sin que ella se lo imaginara— el premio Owen (galardones que otorgaban como se regalan bolsitas de galletas perreras en los cumpleaños de arrabal, es decir, no habia a quien dárselos).
En la placa externa del local se anuncia el nombre «Zacazonapan»; es la denominación comercial de una cantina a la que suelen ir, a soplarse alipuses, a levantar loquera y a agenciarse a algún relingo facilón, regularmente a las siete de la tarde, y a eso de las doce de la noche, cuando la sobriedad ya estorba, burócratas, morraleros, yupis y borrachines comunes. Y sobra decir que arriban a tal lugar algunas pequeñas glorias literarias de la frontera norte. Por ello a ese bar lo han bautizado con el mote del «Cecut chiquitito». Chéquemos el paisaje. Una foto de la Doña, o sea la María Félix, pegada en la puerta de un baño, indica a los clientes el mingitorio para las madmuaselas; en el de hombres culga la imagen del Jim Morrison. Qué contraste.

—Una jaina que quise un chinguero, era del mismo pueblucho donde nació la María Félix. La morrilla, por anécdotas que su abuela le contaba, le sabía dos tres pedos muy escabrosos a su paisana.
—¿A poco? —inquiere un batillo mecánico que riborió el motor de mi ranfla, y que convidé unas birrias al terminar su jale.
—Neta, carnal. Pedos gruesos de la Doña; no creas que pendejaditas como las que escribió el jotete del Carlos Monsiváis, o el otro.... —el bato me interrumpe—:
—¡Ese pinche joto me cae en la punta de la macana!
—¡Ah!, ¿lo tripeas al güey?
—¡Como ño! Tiro por viaje aparece en la telera diciendo puras mamadas, en el programa del López Dóriga. ¡Oh!, perdón, bato, te corte la onda. ¿En qué ibas?
—Ummm... Que igual al otro güey, el putete sobrino del Ávila Camacho. Dice este lépero farandulero que la María Félix, de chamaca, le ponía Jorge al niño con su carnal.
—¡Uuuuy!, ¡qué pesada la ruca! Se playaba a su bróder.
—Sí, y que... por andar de incestuosa, su jefe le dio flais del cantón.
—¡Por maniacona!
—Este churro lo soltó uno de esos güeyes chapuceros; no pasan de confidencias o enjabonaditas que se dan por encimita; murmuraciones de sirvientas para entretener ocios. La morra que fue mi novia era oriunda de Álamos y me platicaba unas historias que no te imaginas... crónicas de primera mano acerca de la Doña.

La Regina Swain,en esas épocas, antes de que se conviertiera en una señorona traspapelada en el matrimonio contractual, bajo la influencia de la aguas etílicas, escuchaba el discurso de sus interlocutores que el prometían el pasaporte al Parnaso. y como tenía (no sé si aún) fama de parrandera y aficionada a la jarra, pues en la cantina se sentía como cochi en la mierda. Guardando silencio la mayor parte del tiempo, más dispuesta a contemplar personajes y tópicos del lugar que, como en la mayoría de las tabernas, se olfateaba el olor a aserrín y Pinol.

—Guacha, compa —le dice la gordninflona Swain a su acople, mientras saca un librito de una de las bolsas de su megachamarra y comienza a hojearlo, tratando de localizar una página en específico—. Aquí está. Te voy a leer este dato que el autor de este libro —Museo Nacional de horrores, de Nikito Nipongo— escribió con relación a la María Félix.
—A ver, escupe, Lupe.
—Narra el autor del libro que un tal Mario Méndez le platicó lo que a éste le contó un fulano de nombre Joselito Rodríguez. Escucha lo que dijo el tal Méndez:

«Acompañó —el Joselito Rodríguez— una vez en su coche a Pedro Infante. Llegaron a la casa de la Félix cuando de ella salía Jorge Negrete, en auto con chofer. "Voy a cogerme a María", le anunció Pedro Infante a su compañero cuando se apeaba. Joselito se escandalizó: "¡Oye, espera!". Pedro Infante no le hizo caso, entró en la casa, permaneció ahí un buen rato... y que regresa el auto con chofer y con Jorge Negrete adentro. Bajó, se metió en la casa por una puerta y por otra se dejó ver Pedro Infante, que muy tranquilo se dirigió al coche de Joselito. "Listo", afirmó, "ya podemos irnos". Y se fueron».

—¡Qué cabrones! ¡Quién lo hubiera dicho que así se las gastaba Pepe el Toro, y con la ruca esa! —impresionado, acota un poeta medio pedo y mariguano que le ronda a la sebosa autora de «Ensayos de juguete».

Mientras tanto, un ruco de pelo canoso en abundancia, dotado de un cierto carisma de animador bohemio, retozando jovialidad, pese a que ya ronda arribita de los 60 abriles, jala un banquillo de la barra y lo coloca en el centro del área, cuyo derredor se encuentran sitiadas las mesas que ocupan los libadores, depredadores de pomos que, entre charla, barullo y risas, también se beben la vida; alegría, nostalgia, coraje, penas, ensoñaciones, esperanzas y demás estados del alma y de la existencia.
La raza asidua a este lugar lo tiene plaqueado como el orador oficial. Le apodan el Majo, ya que en ocasiones le por dar sesear como los gachupas o los nacos mamones quienes, después de una estancia de veinte días en los madriles, andan tirando cagada de europeos, hablando con acento ibérico (un caso patético puede localizarse en la tozudez cretina del pendejo ese futbolista, el Hugo Sánchez).
El majo es el superestar del CECUTITO, y el atributo se lo ha ganado a pulso. Chequen porqué se vale como el más macizo en cuestiones de la disertación arrabalera o de purismo estético.

Escuchemos enseguida sus divagaciones perrunas de la Swain en contra del Charco Man

(Pero eso sera para la otra caziada porque este cuento ya cutió)

—Jejejé....

En próximos Vertederos: «Una gorda que era escritora o una exescritora que está gorda».

«La Señorita IBM»